El fútbol nunca será lo mismo desde una noche en Belo Horizonte en la que se produjo el mayor cataclismo desde que rueda la pelota hace más de un siglo. Jamás hubo nada igual, ni parecido. El Maracanazofue una broma al lado del 1-7 encajado por Brasil ante una Alemania que le hizo morir de una sobredosis de realidad, que le dejó una tacha de por vida por su empeño en dar la espalda a una pelota que siempre fue el mayor motivo de orgullo de sus gentes. Brasil quiso ser lo nunca fue y acabó por dejar a todo un país en estado de shock, petrificado, sin latidos.
Lo vivido por Brasil 64 años después del Maracanazo fue aún más mortificante. Un trauma de por vida de tal magnitud que aquella afrenta con Uruguay ya no tendrá ninguna relevancia. Desde la marabunta alemana en Belo Horizonte resultará un traspié cualquiera, una chiquillada por mucha liturgia que tuviera. A lo de Belo Horizonte será difícil ponerle letra, necesitará guionistas de primera y un pelotón de psicólogos, psiquiatras, sociólogos y cuantos se quieran sumar a una cátedra que promete. El ultraje de Alemania dejó estremecido a todo Brasil, que esta vez tiene a muchos Barbosas a los que condenar por un cataclismo histórico, con Luiz Felipe Scolari y muchos de sus dirigentes a la cabeza. Mucho tendrá que ganar para que en algún siglo venidero la torcida encuentre consuelo. La Canarinha no perdió una semifinal, padeció un calvario descomunal, una hecatombe en toda regla. Perder es otra cosa.
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