La mejor reunión de futbolistas ingleses en décadas fue sacrificada en el Itaquerão. Los entregó a la ruina un entrenador obtuso. No los libró ni la clase individual, ni el coraje, ni un infinito espíritu de entrega. Quedaron al límite de la eliminación de la Copa ante Uruguay, un equipo marcado por las limitaciones que se manejó con inteligencia y valentía en busca de una ocasión. Cuando la tuvo apareció el hombre providencial, Luis Suárez, que jugó medio cojo y metió dos goles. La heroicidad explica lo que sucede cuando se cruzan una voluntad de hierro con un desastre de organización.
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