A los profesores de instituto no les exige muchas luces obtener una primera impresión al llegar cada mañana al centro: les resulta fácil constatar, en los mismos pasillos, la cara de sueño, agotamiento, cansancio o desgana de los alumnos.La tentación inicial quizá sea pensar que, a esas horas, es algo más que normal y, en buena medida, lo es, por razones de puros biorritmos. Pero considero que su creciente intensificación es ya un problema grave y de compleja resolución, ante el cual la mayoría de los padres, profesores y estudiantes hemos decidido mirar hacia otra parte. Lo mismo cabe decir de la sociedad española en su conjunto, incluidos los centros y el sistema educativo. Lo cierto es que, antes de empezar sujornada laboral, tenemos a la mayoría de los estudiantes con las pilas gastadas (y no las de los móviles). Pero no hacemos nada.
Nos costaría imaginar a Iniesta, Costa, Casillas o cualquier jugador suplente de regional preferente bostezando y arrastrándose por los pasillos del vestuario, poco antes de empezar el entrenamiento, sin que el míster tomara severamente cartas en el asunto. Imaginemos lo mismo en el hospital en el que atienden a nuestro familiar, en la cabina del avión o en el bar de la esquina. Nos quedaríamos de piedra. Pero en nuestros institutos y colegios lo dejamos pasar.
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