Martin Schulz (Hehlrath, Alemania, 1955), presidente del Parlamento Europeo desde 2012 y candidato de los socialistas para presidir la Comisión desde noviembre, es un político bastante insólito. Por su franqueza en discursos y declaraciones, que le ha granjeado fama de sincero, pero también de duro. Y por la forma en que llegó a la política: no estudió ninguna carrera, fue aprendiz de librero y luego fundó su propia librería, en la que trabajó más de una década y sigue abierta. Pasó de la política local a la europea y, poco a poco, se fue haciendo un nombre en la Eurocámara.
Con la crisis, no se ha quedado callado. Su constante denuncia de las penurias que la clase media y los más desfavorecidos están sufriendo a causa de la austeridad; su discurso, centrado en que un recorte de la Europa social significa un recorte de las libertades, y su idea de que no se puede renunciar al concepto de la Unión como un lugar cuyos dirigentes deben defender la justicia social le han granjeado un prestigio creciente en la izquierda del continente. Son muchos los que creen que esta beligerancia ha sido fundamental en su designación como el primer candidato socialdemócrata para presidir la Comisión –por primera vez, a partir de las elecciones europeas de mayo, el Parlamento tendrá un papel fundamental en ese nombramiento–. Pero su forma de hacer campaña es hablar, alto y claro, sobre los peligros que padecen Europa y sus ciudadanos. Quizá lo más insólito de Schulz, visto desde España, es que se trata de un político que no tiene miedo a decir lo que él cree que es la verdad y a asumir su parte de culpa.
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