No son los que más
invierten en educación (menos del 7% del PIB), ni los que imponen la mayor
carga horaria a los niños en las escuelas (608 horas lectivas en primaria en
comparación con 875 de España, por ejemplo).
Tampoco se
inclinan por dar cantidades excesivas de tarea para la casa; y, a la hora de
evaluar formalmente el éxito del proceso de aprendizaje, un par de exámenes
nacionales cuando los jóvenes dejan la escuela, a los 18 años, les basta.
Entonces, ¿cómo es posible que los alumnos
finlandeses siempre ocupen los primeros puestos en las listas internacionales
que evalúan los niveles educativos?
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