Por Gabriel García Márquez
Era el 4 de febrero de 1992. El
coronel Hugo Chávez Frías, con su culto sacramental de las fechas históricas,
comandaba el asalto desde su puesto de mando improvisado en el Museo Histórico
de La Planicie. El Presidente comprendió entonces que su único recurso estaba
en el apoyo popular, y se fue a los estudios de Venevisión para hablarle al
país. Doce horas después el golpe militar estaba fracasado. Chávez se rindió,
con la condición de que también a él le permitieran dirigirse al pueblo por la
televisión. El joven coronel criollo, con la boina de paracaidista y su
admirable facilidad de palabra, asumió la responsabilidad del movimiento. Pero
su alocución fue un triunfo político.
(Artículo publicado originalmente
en la revista Cambio de Colombia, a partir de un viaje de G. García Márquez
junto a H. Chávez en febrero 1999, poco antes de asumir como presidente de
Venezuela).
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